22 de noviembre de 2015

EL DUELO EN LA INFANCIA

EL DUELO EN LA INFANCIA





La muerte es un concepto complejo y se tarda tiempo en conocer su significado total. Los niños van a comprender y a reaccionar de diferentes maneras ante la muerte, dependiendo de su edad, su momento evolutivo, sus experiencias vitales, su desarrollo cognitivo, su grado de madurez, su mundo emocional y su capacidad de conceptualizar. Por otra parte, el estilo de comunicación y las actitudes que la familia posea para afrontar la muerte también influirán en la adquisición del significado y abordaje que el niño pueda ir haciendo sobre la muerte.




EL DUELO DE 0 A 2 AÑOS.

Para los bebés y los niños de pocos años la muerte no es más que una palabra. Desconocen su significado y no están preparados todavía para comprender este concepto en toda su dimensión. Sin embargo, casi desde el principio de la vida, entre los seis y los ocho meses, los niños desarrollan la que se conoce como “Noción de permanencia de objeto”, es decir, los bebés ya son capaces de sentir la ausencia de la persona con la que han establecido un vínculo fuerte (generalmente la madre), porque ya sienten que la persona permanece en su recuerdo aunque no esté presente, anhelando de nuevo un reencuentro con ella.

Este hito en el desarrollo evolutivo, que ya se produce a estas edades tan tempranas, constituye el primer prerrequisito para la formación del concepto de muerte que empieza a construirse desde las experiencias que vivimos de separación y encuentro con los objetos que nos rodean.

Esto quiere decir que, aunque no sepan qué significa la palabra muerte, los bebés y los niños muy pequeños sí perciben la NO PRESENCIA de la persona fallecida, especialmente si se trata de una figura de referencia. Perciben entonces la muerte como una ausencia y son conscientes de los cambios que este hecho tiene en sus rutinas.

Hacia los dos años de edad, experimentan un importante avance en el desarrollo de la memoria, la autonomía, la socialización y el lenguaje. A medida que van creciendo, también lo hace la fortaleza de sus vínculos, son más capaces de interactuar y sentir las emociones y estados de ánimo de los demás, por lo que sus reacciones ante las pérdidas serán más intensas.

¿Qué podemos hacer y decir?

Lo más importante que podamos hacer cuando los niños son tan pequeños es mantener sus rutinas, horarios y ritmos. Dar continuidad y seguridad a su mundo es lo que verdaderamente necesitan. En la medida de lo posible es vital tratar de mantener sus espacios tal y como estaban antes de la pérdida, minimizando así la aparición de cambios que puedan crearles más inquietud, desconcierto o inseguridad.


EL DUELO DE 3 A 6 AÑOS.

En este periodo del desarrollo evolutivo los niños tienden a ser egocéntricos, predomina la subjetividad y el pensamiento mágico y tienen una forma muy literal de interpretar las osas que suceden a su alrededor.

Los niños de estas edades conciben la muerte como un estado temporal y reversible, pueden asemejarlo a dormir o a una forma de sueño, por lo que imaginan que la persona que ha fallecido despertará o volverá en algún momento.

En esta etapa evolutiva no son todavía capaces de comprender lo que significa el fin de las funciones vitales e imaginan que la persona fallecida sigue viva de alguna manera y puede comer, pensar, hablar y mirarnos desde donde esté. El concepto de insensibilidad post mortem está todavía en construcción.

A esta edad pueden creer que la muerte o las enfermedades que causan la muerte son contagiosas y que otras personas de su entorno también pueden morir. Esto se alterna con la creencia de que sus padres y ellos mismos son eternos y nunca morirán. Todavía no son capaces de comprender en su totalidad el concepto de universalidad de la muerte.

¿Qué podemos hacer y decir?

Lo más importante, y teniendo en cuenta la forma literal que tienen de interpretar los acontecimientos que suceden a su alrededor, es poder utilizar un lenguaje claro, preciso y real a la hora de explicar todo lo que tenga que ver con el hecho de morir o la noción de muerte.

En este periodo los niños muestran mucha curiosidad por el lugar donde está y por cómo se encuentra la persona que ha fallecido. Estas son algunas de sus preguntas más frecuentes:

- ¿Dónde está?
- ¿Tiene frío, puede comer y beber?
- ¿Puedo hablar con él o ella?
- ¿Cuándo vamos al cielo?
- ¿Por qué no viene?

Es importante que respondamos a estas preguntas con sinceridad y de la manera más concreta posible. La mejor forma de saber lo que nuestros hijos o alumnos entienden sobre la muerte es dialogar con ellos. Preguntarles qué piensan sobre ello nos servirá para saber qué es lo que comprenden sobre lo sucedido, así como para despejarles las dudas y preocupaciones que nos puedan plantear.

Los niños de estas edades no necesitan recibir una explicación extensa o metafísica sobre la muerte, pero sí debemos ofrecerles un conocimiento práctico y fundamentado en hechos que les ayude a ir comprendiendo qué sucede, por qué sucede y cómo reaccionamos ante la muerte.

Debemos ayudarles a entender que la muerte es irreversible y que nunca volveremos a ver a las personas que fallecen. También podemos explicarles, ante su duda de si nosotros también vamos a morir, que lo haremos cuando seamos “muy, muy, muy mayores”. El uso de múltiples “muy” implica que las personas suelen fallecer cuando son ancianas, lo que implica que ellos ya serán personas “adultas”. Es una forma de dar seguridad a su estado “niño”.

Si la muerte ha sido a consecuencia de una enfermedad, también haremos hincapié en que las personas mueren cuando están “muy, muy, muy enfermas” para diferenciar los niveles de enfermedades y ayudarles a que comprendan que, cuando se está “malito”, no suele existir riesgo de muerte.

Por último, es importante explicarles que cuando un ser vivo muere (una persona o un animal) el cuerpo detiene su funcionamiento por completo y ya no puede ver, respirar, caminar y sentir. Debemos hacerles entender el hecho natural del fin de las funciones vitales -o de la insensibilidad post mortem- para que puedan ir comprendiendo lo que la muerte tiene de irreversible, absoluta y definitiva. Debemos evitar términos metafóricos para explicar la muerte como “El abuelo se ha ido” o “Se ha sumido en un profundo sueño” o “Nos está viendo desde el cielo”, porque estos argumentos serán tomados de forma literal, lo que
alimentará más aún su confusión.

La mejor forma de que comprendan lo que ocurre cuando una persona o animal muere es utilizar un lenguaje basado en hechos que sea lo más sencillo y literal posible.




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