EL CASTIGO A LOS NIÑOS Y SUS ALTERNATIVAS
Para educar a los hijos es necesario, además de proporcionarles atención y afecto, enseñarles a respetar límites. Una enseñanza en la que es preciso no caer en el autoritarismo de otras épocas, pero tampoco en la negligencia. ¿Es necesario castigar para conseguirlo? Te señalamos algunas claves de los castigos, sus consecuencias psicológicas y la necesidad de elaborar pautas para la educación de los niños.
Consecuencias psicológicas del castigo
Los estudios realizados sobre la utilización del castigo como procedimiento para educar al niño y enseñarle a respetar límites y corregir conductas inadecuadas reflejan que éste implica riesgos significativos que es preciso tener en cuenta, entre los cuales cabe destacar los siguientes:
- La dificultad de lograr mediante el castigo el efecto corrector deseado, sobre todo a largo plazo y cuando la persona que castiga no está presente.
- El riesgo de modificar con el castigo conductas que no se quiere modificar, pero que guardan cierta relación con la conducta castigada, o que el niño debería manifestar cuando se produce la reacción negativa que el castigo origina.
- La dificultad de que los niños perciban el castigo como algo motivado por su propia conducta y que no lo consideren injusto ni desproporcionado. Cuando así sucede, sus efectos pueden ser, incluso, los contrarios a los buscados.
- El riesgo de que la persona que castiga (el padre o la madre, por ejemplo) tienda a ser evitada en el futuro, al quedar asociada al carácter aversivo y desagradable del propio castigo.
- Cuando, al aplicar el castigo, el adulto manifiesta hacia el niño una conducta agresiva, como sucede en el denominado castigo físico, éste supone, además de las dificultades anteriores, un modelo violento que el niño puede seguir en el futuro, o aceptar que los demás lo empleen con él, incrementando así el riesgo de ser con posterioridad agresor o víctima.
Disciplina educativa y eficaz
Las dificultades anteriormente expuestas, que caracterizan a los castigos tradicionales, pueden ser superadas si la enseñanza de los límites cumple las condiciones que se analizan a continuación:
1. Las normas están claramente definidas, los adultos se comportan coherentemente con ellas, proporcionando así un modelo de los valores que tratan de enseñar, y los niños participan activamente en su definición y en el establecimiento de lo que deberán hacer si no las respetan.
2. La eficacia de las normas se reduce cuando las transgresiones graves quedan impunes, puesto que la impunidad es interpretada como un apoyo implícito al comportamiento antisocial. Por eso, la permisividad con dichos comportamientos cuando éstos son extremos, los incrementa.
3. Se promueven a través de la disciplina cambios cognitivos, emocionales, y de comportamiento, ayudando a que los niños entiendan por qué es inadecuada la conducta que deben cambiar, se arrepientan de dicho comportamiento e intenten reparar el daño que han originado.
4. Para prevenir que las conductas inadecuadas vuelvan a repetirse es necesario favorecer alternativas. Y para conseguirlo, hay que averiguar qué función cumple para el niño la conducta inadecuada, qué consigue con ella y ayudarle a desarrollar una forma positiva de lograr dicho objetivo.
5. La disciplina debe ayudar a ponerse en el lugar de aquellos a los que se ha hecho daño, estimulando esta importante capacidad, la de ponerse en el lugar de los demás, uno de los motores más importantes del desarrollo social y emocional.
6. Hay que evitar reñir continuamente a los hijos por conductas de escasa relevancia, porque estas riñas continuas no suelen ser útiles y reducen la calidad de la comunicación.
7. Conviene plantear la corrección de la conducta inadecuada en un contexto que favorezca la comunicación, para lo cual es preciso: Elegir un momento oportuno, evitando las situaciones de tensión. Analizarlo en relación a conductas específicas, sin caer en las descalificaciones globales, ni en las expresiones que puedan ser interpretadas como cuestionamiento del afecto incondicional que hay que manifestar a un hijo o a una hija siempre. Evitar los monólogos, estimulando la participación del niño o niña en la comunicación. Favorecer que pueda expresar por qué se comportó así, cómo cree que puede contribuir a reparar el daño originado y evitar que vuelva a repetirse dicha situación. Ayudarle a llevarlo a la práctica.
8. La eficacia de los adultos para enseñar a respetar límites aumenta cuando tienen una relación de calidad con los hijos/as, en la que existan suficientes oportunidades de realizar juntos actividades gratificantes (en situaciones relajadas, no conflictivas) y disfrutar conjuntamente.